24 de junio de 2013

Dear Esther, un viaje introspectivo. Por @Cormac_20


Saludos, damas y caballeros y bienvenidos a la semana de Dear Esther. Debido a la temática tan especial de la que trata el título que empieza a ser bastante corriente e influyente en ahora la moda indie se me ocurrió proponer a mis compañeros usar el juego de una forma diferente, para verlo y experimentarlo de otra forma y hacer algo totalmente distinto a lo que estamos acostumbrados a ver cada vez que alguien escribe una reseña sobre algún título. Se trata de ni más ni menos desactivar los subtitulo para no enterarnos de la historia, vivirlo enteramente como si fuésemos nosotros los protagonistas de esa vivencia y escribir en artículos que iremos publicando durante toda la semana aquellas experiencias y emociones encontradas en el título, cosa que veo que se merece y le viene más al cuento que no simplemente analizarlo como si de un videojuego normal se tratase. Para así nosotros mismos escribir nosotros nuestra propia carta, una dinámica introspectiva y personal que animo a hacerlo a todos los lectores que dispongan del título, o a ver si así se animan a comprarlo.  A continuación el primero de los "relatos" que iremos publicando día a día a lo largo de la semana.

Inicio el viaje, nada más empezar, suena la música y contemplo ese hermoso y a la vez triste paisaje que se me muestra en el menú de inicio.

Me anima a empezar, como si realmente me faltase algo y la única forma de encontrarlo sería llegando hasta el final. Porque me da la sensación de que hay cosas incompletas, o asuntos pendientes sin terminar. Pero veo un rayo de luz que surge entre las oscuras, la luz al final del túnel, la luz de la esperanza.

Empieza mi aventura, empiezo con la vista dividida a media en dos paisajes unidos, pero completamente diferentes, A mi derecha un sendero montañoso donde poder avanzar, al final, parece que se vislumbra un faro a lo alto de una montaña. ¿Encontraré allí todas mis respuestas? Debo averiguarlo.
Por otro lado, a mi izquierda contemplo la inmensidad de un océano gris que no parece tener fin, del mismo color desolado del cielo, donde en el horizonte parecen unirse ambos en un mismo elemento. El viento me golpea fuerte en la cara, y cada vez que paso más tiempo observando el mar, me entra frío. ¿Qué ocurre si decido abandonar toda aquella situación e intento huir? Adentrándome en las profundidades de las fosas abisales y dejándome arrastrar por la corriente o hundirme en lo más profundo y morir. Es una idea que atrae, ¿Realmente es tan importante el asunto que me ha traído hasta aquí? ¿Por qué no mejor terminar con todo de una vez? Decidido, doy varios pasos hacia el agua, y poco a poco siento que empieza a cubrirme, el agua está helada, y mi piel lo nota. La ropa se me torna incómoda. Pienso en quítamela.

De pronto, ante la sensación de estar hundiéndome, miro hacia abajo, tengo el agua cubriéndome hasta las rodillas, pero hay algo que me causa pánico, no me veo los pies.

Empieza a invadirme una sensación de inseguridad, me siento solo y abrumado ante la inmensidad del tormentoso paisaje que veo ante mí. No me siento capaz de afrontarlo y siento que irremediablemente moriré allí, abandonado. Ante un mar lleno de miedos y dudas.

Sin dudarlo, me doy media vuelta y vuelvo a subirme por la rampilla de piedra que da a tierra. También veo aparcado el bote que me ha permitido llegar hasta aquí. Ni siquiera había pensado en él. “Que tonto he sido”, pienso.

Delante de mí hay una pequeña casita al lado de un pequeño faro. Se ve acogedor, aunque un poco solitario, al igual que el resto del paisaje. Veámoslo más de cerca.

Lo primero que se me ocurre hacer es sondearlo, miro a través de las ventanas rotas, a ver si me encuentro a algo o alguien. Esta todo destrozado y da la sensación de que ni un alma ha pisado este lugar en muchos años. Me decido a entrar.

Justo al asomarme por la puerta, un pájaro sale de su interior graznando y pasa justo por encima de mi cabeza. Me llevo un buen susto, y entro con el corazón en pulso.

Está todo muy oscuro. Enciendo la linterna. La verdad es que da un poco de miedo, el viento atraviesa las ventanas y aúlla, dándole un toque casi espectral al ambiente, levantando todo el polvo acumulado, y tornando forma física. Me entra un ligero escalofrío.

“No le vendría mal un poco de luz y calor”, se me ocurre. Entro en una habitación que conecta con el faro, el comienzo de las escaleras esta completamente derruido, es imposible subir por mis propios medios. Me doy la vuelta y en una pared encuentro Algo pintado, un símbolo, en un extraño y brillante color turquesa. Parece más bien un esquema de un compuesto químico, desgastado por el tiempo. ¿Quién viviría aquí años atrás? No hay nada más que ver en la casa, así que salgo y empiezo a caminar por el sendero montañoso.

Dos caminos se alzan ahora ante mí. Subir por la montaña, o seguir por la rocosa orilla. Me decido por subir, quería apartar la visión del océano cuanto antes, así que empiezo por la cuesta. Aunque me da la extraña sensación de que volveré a ver ese cruce de caminos.

Sigo avanzando, plantas y hierbas silvestres lo decoran y le dan un toque de vida al oscuro camino, me siento mucho más cómodo y relajado notando el frescor de la naturaleza con todos mis sentidos, y me tranquiliza pisar la hierba ya que agradezco el cambio de la textura del suelo, mucho más blando y no tan pedregoso.

Frustrado, contemplo como mi camino se corta, no puedo avanzar más por arriba y desafortunadamente debo volver y seguir por la orilla. Ya veía el lejano faro con más claridad, y distinguía esa intensa luz roja de entre las nubes. Como el símbolo de mi meta. Con gran pesar, me doy la vuelta y vuelvo al punto de inicio. Al fin y al cabo, la vida es así. Si te equivocas de camino, nunca es lo suficientemente tarde como para intentar una segunda opción, aunque no sea la que más nos guste.

La orilla esta cubierta de rocas y el paso es mucho más lento e incómodo. Aún así, la visión del mar ya no me perturba tanto e incluso me resulta hermosa y tranquilizadora. A lo lejos veo la arena de una playa, cosa que me anima y me hace aligerar el paso. Empiezan ya a dolerme los pies con este tortuoso camino.

En la playa, me quito los zapatos rápidamente y me siento durante un rato a observar la orilla, pensativo. Soportando un poco el frío es una sensación muy agradable. Aún sintiéndome en esa especie de isla un tanto prisionero de mi propio destino, pienso en todas las cosas que me gustaría o me hubiese gustado hacer fuera de allí, todo aquello que he dejado atrás. Me entra en parte, una pequeña sensación de nostalgia. Aunque eso no me desanima, hace que pueda aferrarme a algo para seguir allí adelante. Y simplemente me entran más ganas de terminar con lo empezado. Decidido, me levanto, sacudo la arena de mi ropa  y continuo adelante.

La arena de la playa en los pies, empieza a escocerme un poco, así que me acerco a un más a la orilla para poder caminar con los pies metidos en agua, es una sensación magnífica, no puedo evitar pararme y contemplar el cielo que cada vez tiene más luz. Me quedo un rato escuchando la magnífica banda sonora mientras me dedico a observar la forma y el movimiento de las nubes. Me encuentro en un estado en el que no puedo analizar la situación, ni lo que pienso. Simplemente me dedico a sentir.

Incluso me adentro en el agua a nadar un rato, ya no tengo la sensación que tuve al llegar, me he hecho a este lugar y quiero disfrutar de todas sus virtudes y de todo lo que me puede ofrecer. A más, me ayuda a pensar. Salgo del agua y empiezo a juguetear, saltando de roca en roca, cosa que me trae recuerdos de la infancia. Recuerdo que saltando entre las rocas muy parecidas de la costa en el que lugar de donde vengo era el único que nunca se caía entre ellas, y jamás se hizo daño, pese a mi temeridad.

De pronto paro, el terreno me impide seguir, pero el agua del mar forma un riachuelo que desemboca en lo que parece ser una especie de gruta, sin salida, llena de basura y rocas, con un símbolo que parece indicar que debo subir, ¿Como?

Me doy la vuelta hacia la playa y sigo buscando. A mis espaldas había dejado atrás una escalera, que subía otra vez hacia la montaña, para superar el camino cortado que antes había dejado atrás. “Una oda a la vida”, pensé. Al final, en el esfuerzo es donde encontramos la mayor satisfacción, y ese esfuerzo trae consigo una recompensa. Parece que incluso el camino esta hecho a propósito, para enseñarme algo.

Subo y vuelvo a notar la hierba bajo mis pies, esta vez desnudos, mucho más gratificante, y vuelvo a tener a la vista el faro con su intensa luz roja. No se muy bien que tendrá de especial, pero al mirarlo fijamente solo pienso en llegar hasta allí ciegamente, sin importar el como. Y no doy cuenta de nada más.

De pronto el camino hace que me adentre aún más en la montaña, en la parte de interior de la isla, donde cada vez la hierba crece más y hay mayor cantidad. Veo también una especie de prado donde se alzan varios monolitos de piedra, como formando un círculo, al lado de un riachuelo. Me viene a la mente la idea de que en realidad estoy muerto, que no conseguí llegar vivo de mi viaje y que esta isla en realidad el cielo, o el infierno. Como ocurría en Perdidos.

Dándole vueltas a aquella absurda idea, atravieso todo aquel campo de flores y plantas y vuelvo a ver la costa, un arrecife donde para mi sorpresa hay encallado un barco abandonado. En mi mente infantil se llena de historias de piratas y corsarios, que llegaron a esta isla para buscar un tesoro maldito que se escondía en lo más profundo de una cueva, de la que jamás volverían a salir con vida. Aunque probablemente la realidad sería más cruda y aburrida que ese argumento. Me hizo pensar, ¿Que era aquella isla? ¿Estaba delante de una localización real? ¿O era algo abstracto? Una personificación de mi mente, o de una idea. Como si fuese un lugar donde todo el mundo tuviese que pasar al menos una vez en la vida, un lugar donde cada hombre es enviado allí en sus sueños para cuestionarlo absolutamente todo, para completar su propio viaje, un viaje que conecta su interior, con el alma de nuestro mundo. Donde si consigue alcanzar ese final, averiguará quien es, que es lo que cree y que metas quiere o debe alcanzar.

Estoy delante de la entrada en una cueva, quizás esto signifique que me dispongo a descubrir los secretos de mi persona y que conseguiré conocerme mejor a mi mismo.
El lugar es hermoso, vacío pero brillante y está plagado de símbolos brillantes en la pared, seguro que cada uno esta relacionado con un rasgo de mi personalidad.

No me queda todo más claro hasta que no llego a la siguiente gruta, de la que ante mi se extiende un oscuro hueco al parecer vacío. Una rampa de la que después no voy a poder salir. Sin dudarlo un instante, me coloco delante de aquel túnel de oscuridad, me sacude una brisa intensa, y me dejo caer.

Nada más abrir los ojos, veo justo en la entrada una vela encendida, la cueva es enorme y hay piedras brillantes, estalactitas y pequeños lagos por todas partes. También sigo encontrando velas encendidas y cantidades de misteriosos símbolos escritos con pintura en las paredes. Es como si alguien me hubiese estado esperando allí todo este tiempo, y lo hubiese preparado a posta para darme la recibida, o era alguien que no estaba allí e intentaba decirme algo mediante esos misteriosos mensajes. Parecen indicar el camino correcto.

Más adelante llego a un pozo, esta vez muy profundo, pero parece que en el fondo hay agua. Esta vez es una caída bastante seria, probablemente no sobreviva si caiga, pero el camino no me deja otra opción. Así que con cierto temor me sitúo en el borde, inspiro profundamente y me dejo llevar.

El golpe es demasiado fuerte, me he asegurado de intentar caer bien pero aún así me ha dejado atontado, me hundo lentamente, parece que ya no estoy allí, cada vez me cuesta más respirar. Abro los ojos, ¿Dónde estoy?  No es en el fondo de un pozo. Me encuentro flotando encima justo de lo que parece una carretera, ¿Estoy en dentro de una ciudad submarina? Las calles, aceras, farolas… empiezo a nadar hacia delante, ya parece que no necesito respirar.

En medio de la nada, veo una camilla geriátrica, se me corta la respiración. ¿Realmente no estoy allí, en la isla? ¿Puede ser que me encuentre agonizando entre la vida y la muerte y esto solo sea una especie de limbo? A lo mejor todo esto no es más que algo se te muestra justo en el momento antes de morir, como la verdad insondable sobre uno mismo que solo los más avispados o los que han seguido las señales correctas pueden llegar a encontrar. Me vuelve a costar respirar, necesito salir a la superficie, cada vez está más cerca. Nado lo más rápidamente posible hacia arriba. El aire entra en mis pulmones, he vuelto a nacer. Me entran arcadas y tengo escalofríos por todo el cuerpo. ¿Cuanto tiempo habré estado allí abajo? Lo que me encuentro nada más salir es un túnel oscuro que conduce hacia una luz… la salida.

Una enorme y brillante luna llena me recibe nada más salir de la que podría haber sido mi tumba. Salgo, delante de mí, una playa estrellada lleno de velas encendidas y recuerdos materiales de mi pasado. Ordenados y puestos con sumo cuidado bajo la luz de las velas. Para que yo pueda verlos. Para que yo pueda acercarme a ellos, cogerlos y pensar ¿Quién ha sido? ¿Quién me está esperando? ¿Quién me intenta decirme algo y el qué? Siento como si tuviese que acordarme de alguien, pero ese alguien no acude a mi memoria. Una idea me viene a la mente, a lo mejor no es nadie en concreto, sino una representación de todas aquellas personas que han sido importantes en mi vida de las que me acordaré en mi lecho de muerte. A lo mejor todo esto no es “yo”, sino “todos ellos”.

Justo detrás de mí se encuentra mi tan ansiada torre, bien alta y oscura. Parece más bien una torre de comunicaciones, justo en medio de la isla. Con todo lo acontecido y con el espectáculo que me he encontrado justo después de salir de la gruta se me había olvidado. Es como si todo esto me hubiese enseñado que no tengo porque obsesionarme con un único objetivo del cual apenas se si me va a ser beneficioso o no. Porque podría olvidarme de lo realmente importante. Aún así, está plantada delante de mí y se alza desafiante. Me dispongo a subir la pequeña cuesta que nos separa, entrar en el recinto vallado que la rodea y empiezo a subir la escalerilla que conduce hacia la cumbre.
Poco a poco empiezo a recordar la sensación por la que tanto me atraía, siento que verlo todo desde lo más alto me ayudará a comprender al fin el por qué estoy aquí. Avanzando hacia la cumbre, siento como si estuviese en el ascenso de los infiernos hacia el cielo. Cada vez es mas difícil seguir, el viento golpea más fuerte y el frío arremete contra mis fuerzas. Los últimos escalones, intento apoyarme en las barras de metal que sostienen la punta de la torre. Y miro hacia el mar. No me atrevo a mirar la isla entera, me siento inseguro y vulnerable justo allí arriba. Un ejercicio de confianza, entonces, para superar el vértigo. Abrir los ojos lentamente y poner la mirada fija hacia abajo durante un rato. Un momento donde para distraerme tengo que ponerme a pensar, en todo. De la única forma en la podría comprender todo aquello era desde arriba, me decía, y la mejor forma para ello es volar… Al principio me pareció una locura siquiera pensarlo, pero a medida que pasaban los segundos allí arriba ya no me parecía tan descabellado. Puede ser que fuese la desesperación la que me llevara a hacerlo, o que por el agotamiento y el tiempo que llevaba allí me habían trastocado del todo, o simplemente fueron las ganas de terminar con todo. Así que abrí los ojos, alcé los brazos y volví a dejarme caer, arrastrado por el viento.

Al principio me asusto la potencia con la que empecé a caer disparado, sabiendo que lo que había hecho era no más que un suicidio. Pero ya apenas quedaban milésimas para el impacto final, empecé a sentirme muy ligero, tal vez porque mi cerebro ya lo había asumido, o porque empecé a creerme que de verdad sabía volar, así que abrí los brazos como pude, sin saber como, justo antes de chocar contra el suelo, mi cuerpo se alzo, tomé el control como si de una avioneta se tratase, y me permitió sobrevolar parte de la isla, antes de que decidiera por impulso involuntario el salir de allí y sobrevolar el mar, de camino de vuelta. Hasta que finalmente una voz en mi cabeza me dice, “Vuelve”, y automáticamente una imponente luz nubla mi visión.


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